miércoles, 29 de diciembre de 2010

tributo a Shang Chi maestro del kung fu




Nuestra cultura pop vive de modas y a veces logra trascender las modas. Es el caso de este título, donde se mezclan con acierto inigualable el culto a las artes marciales que invadió las pantallas grandes (y las pequeñas, con la serie Kung Fu) con la filosofía zen, las historias de espías cinematográficos y, last but not least, el tebeo de superhéroes. Fue, desde el principio, un tebeo notable que en seguida alcanzó categoría de obra maestra. Quizá no sea exagerado decir que nos encontramos ante el mejor comic-book de la década de los setenta.



El kung fu venía asomando en el cine desde hacía tiempo. Actores como Steve McQueen o James Coburn practicaban artes marciales y su instructor era un joven chino-norteamericano que había aparecido fugazmente en un par de episodios de la serie Longstreet y había logrado interpretar a Kato en la versión televisiva-respuesta a Batman que fue The Green Hornet. El mundo del cine de Hong Kong esperaba a Bruce Lee, y una serie de televisión, apropiadamente llamada Kung Fu, que finalmente cayó en manos de David Carradine, pues los productores no se atrevieron a entregar el papel estelar a un oriental y confiaron en los maquillajes y el mestizaje para su protagonista. Bruce Lee hizo pequeña historia del cine de acción de bajo presupuesto, pero su impronta sacudió las pantallas de todo el mundo, y su muerte temprana y misteriosa dejó abiertas de par en par las puertas de la leyenda.


  un tebeo de artes marciales tenía su dificultad, en tanto que los movimientos, las poses, las katas, la coreografía en suma tenían que parecer más plausibles y reales que los brincos, piruetas y puñetazos sensorround de los enmascarados de uniforme. Quizá por eso, ya desde el principio, en las historias dibujadas por Jim Starlin y Al Milgrom, se optó por jugar al montaje analítico que tanto recordaba al montaje cinematográfico.

Antihéroe heroico, hijo de un supervillano que desea conquistar el mundo aunque tenga mala suerte, tal vez incluso precursor de Luke Skywalker, el joven Shang Chi ha sido educado para ser el arma perfecta, el brazo desarmado pero letal de su padre. Sin embargo, Fu Manchú ha dejado escapar un factor importante: en su educación, Shang Chi, engañado y algo ingenuo siempre, ha adquirido conciencia, y su primera misión, la de asesinar al doctor Petrie, viejo, moribundo ya, inofensivo, le hace compreder que su padre no es precisamente un filántropo, sino el mal encarnado.

Los primeros números de la serie, creada por Steve Englehart, nos muestran a un Shang-Chi hippie, vestido con un llamativo kimono rojo con el símbolo del ying y el yang en la espalda, descalzo, una cinta peculiar en la cabeza, que lo mismo recorre las calles de Nueva York que los pantanos de Florida (donde encuentra no sólo al Hombre Cosa, sino a David Carradine, anuncio de futuros cameos cinematográficos por venir), hasta que el joven dibujante Paul Gulacy, y el grandísimo guionista Doug Moench se sueltan el pelo y crean la que quizá sea la obra de sus vidas.
   


Ambos son conscientes de que, en cierto modo, están "dibujando una película", y el acercamiento al pulp y a Fu Manchu les hace recuperar no sólo a los personajes clásicos de las novelas de Rohmer, sino ampliarlas con el cine de espías (el éxito de la película de Bruce Lee Operación Dragón tal vez tuviera algo que ver). Unos cuantos números de toma de contacto, donde Gulacy inicia experimentos de montaje y marca muy claramente cuál va a ser la estética de la serie lanzan en seguida al personaje a un mundo de espías hipertecnificados, malos más grandes que la vida, robots, femme fatales, dacoits, sifans, samuráis y panteras, supervillanos letales que no necesitaban volar y muchísimo juego intertextual. A los personajes ya conocidos (Fu Manchú, Sir Denis Nayland-Smith, Black Jack Tarr, un resucitado Doctor Petrie cuya presencia los lectores españoles no comprendimos hasta mucho después, pues la publicación de la serie en España, en blanco y negro made-in-Vértice, con colores corridos y páginas mal impresas, fue un verdadero caos) se unen pronto Fah Lo Suee, la hija de Fu Manchu (y hermanastra de Chi), el agente secreto Clive Reston y la bella espía Leiko Wu. Llevando al límite los juegos de luces y sombras, los montajes analíticos, la bella coreografía de las peleas, y superando con creces las influencias de su maestro Jim Steranko, Paul Gulacy no se corta un pelo y juega con los rostros de actores y actrices para que interpreten a sus personajes. Así, obviamente Bruce Lee acaba siendo Shang Chi, Clive Reston (cuyo juego textual es que es hijo de James Bond y sobrino-nieto de Sherlock Holmes) será un cruce entre Michael Caine y Sean Connery, Fah Lo Suee será "interpretada" por Sophia Loren, y Fu Manchu recordará a Cristopher Lee. Actores como Marlon Brando, David Niven, Faye Dunaway o Marlene Dietrich "posarán" para otros personajes, una característica de la serie que perdurará más adelante, en los tiempos de Mike Zeck y el malogrado Gene Day, donde aparecerán Humphrey Bogart (interpretando a Rick Blaine), Groucho Marx o W.C. Fields.

La sinergia que se produce en el estilo de trabajo marveliano, donde el dibujante "tira" del guionista, produce momentos inolvidables. Pero los experimentos de montaje y narración de Gulacy no son baldíos: Doug Moench está siempre presente para ir entregando capítulos trepidantes, verdaderas películas de acción con tramas, giros, vericuetos, sorpresas y gadgets, bases secretas, fieras, soliloquios impactantes y arcos argumentales que se adelantaron muchos años no sólo al concepto "mini-serie", sino que preludian al mismísimo Watchmen: la saga de despedida de Gulacy del título hace que cada capítulo/comic-book se centre en uno de los personajes protagonistas, dándose la circunstancia de que el plan de Fu Manchu para dominar al mundo es, en el fondo, muy parecido al de Ozymandias.

                                                    

Momentos como el inicio del capítulo del Gato, el montaje de la cantante en las bambalinas del cabaret, la lucha en el malecón inmóvil donde se repiten las figuras de los contendientes, la botella girando o el grifo goteando demuestran hasta qué punto se podía contar y se podía contar de manera sobresaliente un tebeo como no hubo otro tebeo, ni volverá a haberlo. Puro tebeo de autor, puro arte y ensayo, pura diversión narrativa.



Para colmo, Doug Moench tuvo el valor de continuar la serie cuando Gulacy dejó el título, y puede decirse que incluso cuando le tocaron dibujantes de segunda fila cumplió con creces: suyo es el largo homenaje a Terry y los piratas. La llegada de Mike Zeck al título volvió a reverdecer su fama, a pesar de que el listón de Gulacy estaba altísimo, pero Zeck fue lo suficientemente inteligente para no imitar a su predecesor y ofrecer una visión distinta pero igual de sobresaliente.




 
                                   
By tallman